jueves, 19 de diciembre de 2013

Compadre, es sólo una distensión

Hace poco terminé de leer un libro que me causó mucha risa. Su título en español es Nosotros los Tíos y el autor es Dave Barry. La traducción del libro es obviamente española, porque en chile se habría titulado "Nosotros los Huevones", o más acertadamente "Nosotros los Compadres".

Dave Barry es un humorista norteamericano y el propósito del libro no es otro que explicarle a las mujeres como somos los hombres. Desde el punto de vista de un humorista, claro. Es decir que casi todo es falso. A manera de ejemplo, voy a copiar sin permiso como siempre y editado por mí, parte de uno de los capítulos más alejados de la realidad de todo el libro, que tiene que ver con los hombres y la salud. Para que vayan entendiendo. ¡Qué cosas!

PREOCUPACIONES ESPECÍFICAS DE LOS TÍOS.
O: «Sólo es una distensión».

El cuerpo de un tío es distinto del de la mujer. Y aquí no me refiero a las protuberancias y valles más amplios. Me refiero a un problema físico exclusivo de los tíos, una gran desventaja genética que supone un grave riesgo para la salud del cuerpo de un tío; a saber, que está bajo el control de la mente del tío.
La mente del tío no cree en la asistencia médica. Por lo general, los tíos no buscarán asistencia médica para sí mismos ni para los demás salvo en ciertas situaciones bien definidas, como una decapitación. E incluso entonces, los tíos no van a estar seguros al cien por cien.
«Peguémosle la cabeza con cinta adhesiva y veamos si puede jugar un par de entradas más».
Ésta es la actitud predominante entre los tíos.
Existe una razón para ello. Si eres tío, has aprendido, a las duras, que cuando te ves envuelto en una situación médica, incluso como transeúnte curioso, siempre existe la posibilidad de que un profesional de la medicina, de súbito y sin previo aviso, se ponga un guante de goma y te meta un dedo por el culo en busca de la próstata. Casi ningún tío sabe qué es la próstata, pero todos están bastante seguros de que si tuvieran una dentro del culo, a estas alturas ya lo sabrían.
De modo que los tíos desconfían de la asistencia médica.
Voy a ilustrar esta actitud con una anécdota real que le ocurrió a un tío que conozco, Ted Shields. Conocí a Ted a través de un equipo que fundó junto con otro tío llamado Pat Monahan: el Mundialmente Famoso Equipo de Cortadores de Césped Sincronizados de los Guardas Forestales del Césped de Arcola, Illinois.

Ted Shields, salió de pesca con otros Guardas en la costa de Luisiana, cayó mal sobre un tobillo y se lo rompió. Naturalmente dijo que sólo era una distensión. Los tíos siempre dicen que «sólo es una distensión» porque de este modo pueden librarse de caer en las garras de la asistencia médica. Un tío podría tener un miembro en el suelo a unos tres metros del resto de su cuerpo y sostendría que «sólo es una distensión».
De modo que aunque a Ted le dolía el tobillo, que se estaba hinchando y poniéndose de colores nada convencionales, decidió seguir a bordo y tratarse la herida él mismo.
—Por suerte —recuerda—, llevábamos cerveza.
Siguiendo un procedimiento convencional de la Cruz Roja, Ted sacó unas latas de cerveza de la nevera portátil para que el pie cupiera en el hielo.
—Esto significó que tuvimos que bebernos las cervezas de inmediato, antes de que se entibiaran —recuerda—. Pero, qué remedio, haces lo que tienes que hacer.
Los Guardas pescaron durante el resto del día —Ted pescó con el pie dentro de la nevera— y luego regresaron a tierra firme, donde aquella noche, conscientes de que uno de ellos estaba herido y deseosos de no correr riesgos innecesarios, salieron todos a bailar.
—El pie me dolía bastante —recuerda Ted—, pero fui uno de los pocos Guardas que no se desplomó en toda la noche.
Al día siguiente regresaron a Arcola, donde Joyce la esposa de Ted y una perspicaz observadora, notó que su marido casi no podía caminar y que una de sus piernas se había vuelto mucho más grande que la otra; de hecho, era más grande que muchas personas enteras.
—Más que una pierna parecía una morcilla gigante —la describe Joyce.
—Sólo es una distensión —insistió Ted.
No obstante, Joyce le llevó al hospital, donde tuvo que rellenar un montón de formularios porque Ted estaba atareado explicando al personal del hospital que en realidad no necesitaba tratamiento.
—Su tobillo era grotesco —recuerda Joyce—. La gente lo miraba con asombro mientras yo intentaba rellenar aquellos papeles, y Ted se apoyaba en mi hombro y me decía una y otra vez que «sólo es una distensión».
Unas semanas después, a Ted le quitaron la escayola justo a tiempo para desfilar en el Festival de la Escoba de Retama. De modo que todo acabó bien.
Pero lo que quiero decir es que si hay un hombre en tu vida y quieres que reciba asistencia médica como es debido, no puedes confiar en él ni en Hillary Clinton para que se responsabilicen de ello. Tienes que emplear una técnica que perfeccionaron los funcionarios de los parques naturales para usarla con los osos y los rinocerontes, a saber, los dardos sedantes. Ésta será la única manera de asegurarse de que un tío acuda a un centro sanitario en el momento oportuno; por ejemplo, cuando se lesione durante un partido de rugby y te des cuenta de que tiene varios huesos dislocados, además de una hemorragia en la aorta, pero él siga insistiendo en que probablemente se curará por sí mismo. En este caso debes dispararle uno o dos dardos y dejar que se tambalee durante un par de jugadas más hasta que se venga abajo, para luego meterlo en el coche y llevarlo al hospital. Y cuando lleguéis allí, asegúrate de decir a los médicos que, además de las heridas más evidente, lleva un tiempo quejándose de la próstata.
Se lo merece.
Ahora nos ocuparemos de las afecciones de los tíos.
Hasta aquí hemos comentado la actitud básica de los tíos ante la asistencia médica, actitud que cabe adjetivar con una sola palabra: estúpida. Pero también es preciso que abordemos afecciones concretas a las que los tíos son especialmente propensos, como la «visión de tío».
Ésta es una afección que les impide ver ciertos tipos de detalles. Nótese que digo ciertos tipos. Hay algunos detalles que los tíos pueden ver extremadamente bien. Por ejemplo, un tío en un partido de béisbol puede ver con perfecta claridad que el árbitro ha señalado una falta completamente errónea y posiblemente criminal contra el equipo local. Un tío puede ver ese tipo de detalle aunque se haya tomado cuatro cervezas y esté a cientos de metros del terreno de juego; incluso hay tíos capaces de ver este tipo de detalle perfectamente aunque estén en el aseo en el momento de la jugada.
Los tíos también pueden ver pechos desnudos de mujeres desde distancias increíbles. Si hay un pecho en los alrededores, un tío lo verá. Y una vez que lo vea, será prácticamente incapaz de dejar de mirarlo, sin que importe lo demás (véase la sección del capítulo dos sobre Congelación Cerebral inducida por la Lujuria). No hace mucho, fui a almorzar a Miami Beach con un grupo mixto y después de comer decidimos dar un paseo por la playa. Hacía un hermoso día soleado e íbamos conversando cuando, de repente, tres tíos detectamos dos pechos desnudos que resultaron pertenecer a una mujer tendida sobre una toalla. Bien, en Miami Beach muchas mujeres toman el sol en topless. Lo hacen con toda tranquilidad, y yo procuro tomármelo con la misma tranquilidad, pero en realidad nunca deja de asombrarme que eso esté sucediendo. Cuando era adolescente, la única fuente fiable para ver pechos era el National Geographic, una revista que entonces se dedicaba, según mi discernimiento, a divulgar artículos sobre todas las tribus primitivas del mundo en que las mujeres iban con el pecho al aire. En el instituto, mis amigos y yo estábamos seriamente interesados en estos artículos, sobre todo por las fotos que llevaban pies como «Una muchacha de la tribu Mbonga prepara la cena empleando utensilios primitivos». Pasábamos largos ratos contemplando embelesados cómo era posible que hubiésemos tenido la mala suerte de haber nacido en la única sociedad del mundo (a juzgar por el National Geographic) en que las mujeres llevaban siempre un montón de ropa encima. Si hubiese existido una playa cerca de nuestras casas donde las mujeres tomaran el sol con los pechos al aire, habríamos vivido allí, sobreviviendo a base de comer medusas.
En fin, sea como fuere, cuando los tres tíos reparamos en la mujer que tomaba el sol, al instante intercambiamos miradas, la señal Aviso Urgente Prioridad Uno Código Rojo Pecho Desnudo. Procuramos mostrarnos despreocupados al máximo y continuamos charlando con las mujeres, fingiendo interés en la conversación, pero en realidad nuestros cuerpos estaban dividiendo nuestra capacidad cerebral a razón de:
• 5% porción de capacidad cerebral dedicada a conversar, pensar sobre los acontecimientos del mundo, mantener funciones corporales como la respiración, etc.
• 95% porción de capacidad cerebral dedicada a echar una ojeada a los pechos de las mujeres que toman el sol.
Lo que quiero decir es que los tíos son capaces de una concentración visual tremenda. Por desgracia, no tienen ni voz ni voto en la decisión acerca de aquello en lo que eligen concentrarse sus globos oculares, lo cual significa que a menudo se pierden ciertos detalles sutiles, como por ejemplo, el aspecto que presentan sus esposas. Tomemos el caso de una pareja que conozco. Se llaman (en serio) Steele y Bobette Reeder. Una vez Bobette estaba preparándose para hacerse un cambio radical de peinado y, en un arrebato de compasión, decidió avisar a Steele.
—Steele —le dijo—, nunca te das cuenta cuando cambio de peinado, de modo que esta vez te aviso con antelación: hoy voy a cambiar de peinado. Tendré un aspecto totalmente distinto.
De modo que aquella tarde, cuando Steele llegó a casa del trabajo, comenzó de inmediato a cantar las alabanzas al nuevo peinado de Bobette, insistiendo en que le gustaba mucho más que el anterior, etc, estaba tan entusiasmado con su nuevo peinado que Bobette tuvo que interrumpirle para decir:
—Steele, cancelaron mi cita.
Los tíos pueden meterse en líos hasta cuando se fijan en los peinados de sus esposas. Lo que sigue es un fragmento de una carta que me envió un tío llamado John Maines en el que describe un incidente con la mujer con la que salía, que se llamaba Shawn.

Una vez fui en coche hasta Georgetown para recogerla después de que le hicieran una permanente. Me sentía muy nervioso porque el tráfico era muy denso y me había perdido por el camino y llegaría tarde a la esquina donde tenía que recogerla.
Shawn subió al coche, con su larga melena toda rizada. Estaba guapa, pero yo seguía concentrado en la conducción. Pasado un minuto, me dijo:
—No te gusta, ¿verdad?
—En absoluto —contesté con la mirada al frente y las manos aferrando el volante—. Apuesto a que tardaremos media hora en avanzar tres manzanas.
Bueno, hoy Shawn y yo somos lo que ella llama «grandes amigos» (y todos los tíos saben lo que eso significa desde el punto de vista del sexo)


Muchos tíos también tienen problemas para ver detalles de su propia persona. Esto explica por qué hay tíos que van por ahí convencidos de ser los sementales más irresistibles del continente, luciendo camisetas que se acaban diez centímetros más arriba del cinturón, lo cual deja a la vista unos dos kilos de gordura peluda y pálida, con el ombligo por el medio, con el aspecto de una abotargada morsa mutante albina de un solo ojo intentando escapar de sus pantalones. Y también por qué algunos tíos creen sinceramente que pueden peinarse el poco pelo que les queda de una forma incluso atractiva sobre zonas calvas del tamaño de la isla de Samoa.
Hay muchos tíos incapaces de ver la suciedad. De ahí que sean tan malos en las tareas del hogar. En parte se debe, por supuesto, a que han aprendido que si lo hacen lo bastante mal dejarán de pedirles que se ocupen de las tareas de limpieza, pero mayormente se debe a que la suciedad les resulta del todo invisible. Son capaces de «limpiar» un cuarto de baño de tal modo que, cuando han terminado, sigue conteniendo colonias activas de moho capaces de capturar y comerse un perro pequeño.
Una variante de esta afección es la Ceguera del Suelo. Mi hijo Rob la padece. Normalmente tiene vista de halcón: puede leer libros de Stephen King completamente a oscuras, ver galletas de chocolate a través de puertas macizas de armarios de cocina y detectar un rótulo de Burger King a veinticinco kilómetros de distancia. Sin embargo, no consigue ver las cosas que están en el suelo, sobre todo si se trata de las suyas propias.
—Rob, quiero que recojas tu habitación —le digo.
—Ya lo he hecho —contesta él con voz molesta.
Entonces yo voy a su habitación para inspeccionar el suelo y ni siquiera consigo verlo. Está completamente cubierto de capas y más capas de cosas de Rob.

Ahora bien, por más problemática que sea la «visión de tío», no es ni mucho menos tan grave como otra afección de los tíos relacionada con ella, a saber: «los fallos de memoria».
Aquí el problema fundamental es que los tíos, como he señalado, dedican una parte importante de su cerebro a recordar datos vitales como quién fue nombrado mejor jugador del año en la superbowl de 1978, que no siempre está en condiciones de recordar detalles de menor importancia, como que han dejado un bebé encima del techo del coche.
Pensarás que estoy exagerando, mas no es así. Según un artículo publicado en el Boston Globe en 1992, un tío de Massachusetts hizo eso el día de la Madre. Tenía a sus dos hijos con él y los estaba subiendo al coche cuando se acordó —démosle crédito— de que tenía que abrochar el cinturón de su hija de veinte meses. Pero la cantidad de concentración que un tío requiere para recordar este tipo de detalles relacionados con el cuidado de los niños puede suponer mucha presión para su capacidad mental, de modo que sufrió un Fallo Agudo de Memoria de Tío y olvidó que había dejado una sillita de coche que contenía a su hijo de tres meses encima del techo del vehículo. Al acelerar para entrar en la Interestatal 290, notó que algo iba mal cuando, según el Globe, «oyó una especie de arañazo en el techo del coche».
(Se trata de una conducta típica de tío: no repara en que sólo lleva en el coche el 50% de sus hijos, pero sí en que el coche hace un ruido extraño).
Total, que el coche iba a unos ochenta kilómetros por hora cuando la sillita que contenía al niño de tres meses salió disparada y aterrizó en la carretera, donde —esto es una prueba fehaciente de que Dios es tío— se deslizó sin ningún percance hasta detenerse con el niño sano y salvo. De modo que la historia tiene un final feliz, con la salvedad, por supuesto, de que este tío en concreto tuvo que contarle lo sucedido a su esposa (¡feliz día de la madre, cariño!).
Quizás estarás pensando: «Dave, ¿no estás siendo injusto? ¿No estás usando meras anécdotas para reforzar un desafortunado estereotipo de género sobre los hombres? ¿No es perfectamente posible que una mujer pudiera dejarse a su hijo en el techo del coche y arrancar?»
No.
Como tampoco me parece probable que nadie que no sea un tío pudiera haber sido responsable de otra aventura automovilística que difundió en 1992 la agencia de noticias Scripps-Howard. El protagonista era un tío de Colorado que salió con su furgoneta de una estación de servicio cerca de Wahington, Pensilvania, y condujo a través de Virginia Occidental y parte de Ohio sin darse cuenta de que su esposa, madre de sus dos hijos, se había quedado en la estación de servicio. El tío supuso que ella dormía en la parte trasera de la furgoneta. Siguió avanzando hasta los alrededores de Columbus, Ohio, donde detuvo el vehículo y —aún sin percibir nada raro— decidió echarse una siesta. Sólo después de despertarse al cabo de hora y media se dio cuenta de que su esposa no estaba, técnicamente, en la furgoneta. En ese momento dio media vuelta al este por la carretera 70, llegando hasta Wheeling, Virginia Occidental, donde chocó con un ciervo. El accidente estropeó la furgoneta, de modo que fue caminando hasta un bar de carretera, donde se reunió con su esposa, a quien habían transportado hacia el oeste unos amables policías.
Adivina qué día era cuando sucedió esto.
En efecto: el día de la Madre. Y no me lo estoy inventando.

Voy a exponer otro caso clínico de Fallo de Memoria de Tío, aparecido en la sección de sucesos de The Mining Journal de Marquette, Michigan. Me lo enviaron los avispados lectores Tina y Dan Mc-Faddin. Se trata de una pareja que viajaba por una zona rural sin áreas de servicio cuando la naturaleza los llamó. El artículo comienza así:
«Una mujer de Wisconsin sufre rotura de costillas cuando su marido la atropella involuntariamente al dar marcha atrás con su furgoneta el lunes por la noche mientras ella orinaba».
Milagrosamente, este incidente no ocurrió el día de la Madre. Y si esta mujer tiene dos dedos de luces, cuando el día de la Madre se aproxime se atrincherará en un refugio antiaéreo hasta que haya pasado.

Estos ejemplos nos hacen ver que los Fallos de Memoria de los Tíos entrañan peligro mayormente para el prójimo. Pero hay ciertas afecciones de los tíos que sólo entrañan peligro para los propios tíos, siendo la más temida la que conlleva «amenazas a las intimidades de los tíos».
Con esto no estoy dando a entender que sólo los tíos tengan intimidades. Soy consciente de que las mujeres también tienen intimidades, y muchas. Pero sus intimidades son mucho más íntimas. Están guardadas a buen recaudo en diversas cámaras del cuerpo femenino; mientras que las intimidades de los tíos —que contienen no sólo la mitad de las terminaciones nerviosas de los tíos, sino también un buen 83% de su motivación— están, debido a un error de diseño increíblemente estúpido, colgando fuera de una manera absurdamente vulnerable (una prueba más de que la Madre Naturaleza es mujer), como Harold Lloyd pendiendo de la esfera de un reloj gigante, aguardando a que le caiga encima la desgracia.
Casi todos los tíos, en una ocasión u otra, han sido golpeados en las partes pudendas por un balón, un manubrio de bicicleta, una rodilla o lo que sea, y éste es el tipo de cosa que un tío recuerda durante mucho tiempo. Todavía me acuerdo vívidamente de un incidente acaecido en el otoño de 1960, cuando a un montón de chicos de instituto nos dieron permiso para asistir a un mitin republicano en el que intervenía el presidente Eisenhower. Se celebró en el aeropuerto de Westchester County (Nueva York) y asistió una gran multitud. Mi amigo Emil Sommer y yo hacíamos turnos llevándonos a hombros en un intento de ver mejor. Justo cuando se acercaba la comitiva presidencial, resbalé de mi posición privilegiada de tal modo que me di un buen golpe en mis partes contra el codo de Emil mientras me bajaba. Probablemente podía haberme hecho más daño, aunque sólo si hubiese utilizado herramientas eléctricas.
De modo que estaba doblado con un malestar extremo en medio de varios miles de entusiasmados republicanos de Westchester County que gritaban «¡Aquí está!». Así que levanté la vista y allí, brevemente, a través de la muchedumbre, y a través de la neblina rojiza de mi dolor, alcancé a ver la sonriente cara de pan y los brazos que se movían espasmódicamente de Richard Nixon.
Técnicamente, no fue culpa suya, pero nunca he sido capaz de volver a mirarlo sin una considerable incomodidad.
Aunque este incidente no fue nada comparado con lo que le ocurrió a un tío en Singapur en agosto de 1993. La cita procede del The Singapore Straits Times:

Ayer, un antiguo campeón nacional de lanzamiento de peso y disco fue mordido en los testículos por una pitón que estaba escondida en la taza del váter en que estaba sentado.
El Singapore Straits Times —que cubrió esta historia tal como el New York Times cubre el conflicto en Oriente Próximo— señaló diligentemente que la mordedura de pitón es «particularmente desagradable» debido a que estos bichos tienen «filas de dientes curvados hacia dentro y afilados como agujas». Después de que la víctima —cuyo nombre (y sigo sin inventármelo) es Fok Keng Choy— fuera cosida en el hospital, el Singapore Straits Times le preguntó si le había dolido y él contestó elocuentemente: «No hay palabras para describirlo».


Fueron necesarios cuatro hombres para sacar a la pitón de la taza del váter. El Times señaló que una mujer había utilizado el mismo retrete cuarenta y cinco minutos antes de que lo hiciera el señor Choy «sin que ocurriera nada», lo cual viene a corroborar mi argumento sobre la extrema vulnerabilidad de los tíos debido al Síndrome del Colgajo.
Otro caso de pene cercenado por la airada naturaleza apareció publicado en 1992 en el rotativo británico The Sun. La noticia relataba que un carpintero se había sentado en un retrete portátil instalado en una obra y que una araña viuda negra «hincó los colmillos en su virilidad». El artículo explicaba que el hombre «pasó cuatro días retorciéndose de dolor en el hospital» y que desde entonces no había vuelto a tener lo que llamaríamos una vida sexual activa. Además, había desarrollado un miedo profundamente cerval a los retretes portátiles, aunque el Sun, abordando ambos lados de la historia, citaba a un portavoz de la empresa suministradora de retretes portátiles: «Es la primera vez que sucede algo semejante en la historia de los retretes portátiles».
No estoy criticando a la araña. La pobre no hizo más que defender su hogar. Imagina que tú fueras la señora Araña Viuda Negra, instalada en tu tela, sintiéndote segura y a salvo, poco después de haberte zampado una buena cena consistente en una mosca y estás a punto de cerrar tus cuarenta billones de ojos cuando, de súbito, el techo se abre y tu tela, tu hogar, es asaltada por un órgano sexual que, comparativamente, tiene el tamaño del zepelín de Goodyear. Sin duda te molestarías. Está claro que hincarías tus colmillos primero y preguntarías después.

El ejemplo supremo de emergencia médica de un tío desdichado es, por supuesto, el famoso caso de John Bobbitt, cuya esposa Lorena le cortó el pene con un cuchillo, se dio a la fuga, y arrojó el miembro por la ventanilla del coche. Afortunadamente, la policía fue capaz de seguir el rastro del pene (incluso a pesar de que no estaba etiquetado) y llevarlo al hospital, donde lo pusieron en fila con otros cinco penes para que el señor Bobbitt lo identificara.
No, en serio, fue pegado quirúrgicamente al señor Bobbitt y este incidente se convirtió en una gran noticia de ámbito nacional. Durante semanas, cada vez que encendías el televisor, había una alegre presentadora de noticias que muy sonriente pronunciaba la frase «le cortó el pene con un cuchillo de cocina» en cuanto tenía ocasión. («Tenemos un frente frío avanzando hacia Virginia, el mismo estado donde la esposa de John Bobbitt le cortó el pene con un cuchillo de cocina»). La producción industrial de Estados Unidos cayó en picado porque muchos tíos iban de un lado a otro cubriéndose las intimidades con ambas manos.
Hoy, naturalmente, el pene de John Bobbitt es una gran celebridad que tiene su propio agente y una exitosa carrera en el mundo del espectáculo (¿Por qué no? Tiene más talento que cualquiera de los que salen en Melrose Place). Este pene en concreto es mucho más conocido que el vicepresidente de la nación (como se llame). Pese a todo, fue un incidente espeluznante para los tíos, y yo soy el primero en pensar que tenemos sobrados motivos para exigir la prohibición federal de la venta y posesión de cuchillos de cocina. También pienso que, por si acaso, debería ser obligatorio inscribir en un registro las centrifugadoras de lechugas.

Voy a terminar este capítulo sobre las preocupaciones médicas de los tíos presentando una idea para hacerse realmente rico: abrir un centro médico para tíos. El lema del centro podría ser: ¿Próstata? ¿Qué próstata?
Todos los médicos serían tíos que habrían recibido una formación especial para tratar específicamente las dolencias de los tíos. Los tíos no tendrían miedo de acudir a este centro, pues sabrían que recibirían la clase de asistencia médica que desean:

MÉDICO: Veamos, ¿cuál es su problema?
PACIENTE: Bueno, lo principal es que no dejo de escupir sangre. Además tengo estas llagas supurantes por todo el cuerpo. También sufro dolores agudos en el pecho y veo doble, y de vez en cuando estos gusanitos me atraviesan la piel.
MÉDICO: Es sólo una distensión.
PACIENTE: Es justo lo que pensaba.

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