lunes, 4 de noviembre de 2013

Imperialismo y qué culpa tienen las micros?

Toda mi vida escuchando hablar del imperialismo yanqui y recién ahora vengo a entender de qué se trata. Y eso que en Chile tuvimos un gobierno de izquierda y todo. Entonces los comunistas y socialistas tenían peso y hablaban de imperialismo. Yo era muy chico y poco entendía de esas cosas.

Luego vino un largo período de oscuridad y nos tuvimos que dedicar a estudiar y portarnos bien (es un decir). Más tarde me enteré de las cosas que habían hecho los yanquis en Chile, comandados por nixon y kissinger (las minúsculas son intencionales), como asesinar al general Schneider, las huelgas contra la UP y finalmente el golpe del 73.

A esas alturas, estas cosas habían pasado hacía mucho tiempo y seguí sin entender muy bien eso del imperialismo, aplicado a los yanquis y respecto de los países de América Latina. Hasta ahora, que acabo de leer un librito de Kapuscinski (Richard) que tiene como título Cristo con un fusil al hombro. En dicho libro, se relatan varias historias de guerrilleros luchando en sus países y se incluye un extenso capítulo referido a la historia de Guatemala.

Y resulta que, hasta hace poco tiempo, Guatemala fue una "colonia" norteamericana, en donde los yanquis, y en particular una compañía llamada United Fruit  hizo y deshizo durante varias décadas. Hacer y deshacer en este caso incluye derrocar gobiernos, adueñarse de la tierra, no pagar impuestos, tener esclavos! y asesinar impunemente a todo aquel que se opuso a sus intereses. Aquí está parte de la historia, como la cuenta Richard en uno de los capítulos. ¿Qué cosas!

El 20 de noviembre de 1944, estalló en Guatemala una revolución. Al frente de la multitud que marchaba sobre el palacio presidencial iba un joven capitán, hijo de un farmacéutico suizo cuya cabellera rubia desentonaba un tanto en aquel país de indios y mestizos. Se llamaba Jacobo Árbenz Guzmán. La embajada de los Estados Unidos no ponía obstáculos a los rebeldes. En aquella época los norteamericanos estaban ocupados en Europa; nadie pensaba en Guatemala. El general Ubico huyó y el poder pasó a manos de oficiales de rangos intermedios. La noticia de la revolución llegó a las aldeas cercanas. En el pequeño municipio de Patzicía los campesinos se sublevaron y pasaron a cuchillo a los terratenientes. Ahora bien: en Guatemala, campesino significa indio, y terrateniente, blanco. El campo es indígena, mientras que la ciudad es blanca y mestiza. Los indios constituyen el setenta por ciento de la población, y los mestizos y los blancos, el treinta. Puesto que ese treinta por ciento explota al setenta restante, lucha entre clases equivale en Guatemala a lucha entre razas. En aquel entonces, en 1944, los campesinos de Patzicía habían olvidado que la revolución que había estallado en la capital era un movimiento interno, surgido en el seno del treinta por ciento de arriba. Al día siguiente de la expulsión de Ubico, la nueva junta militar mandó a Patzicía una expedición de castigo. «La junta», escribe Monteforte Toledo, «sofocó el brote masacrando a los indios con tanques y soldados.»

La revolución, pues, tuvo un carácter limitado. Los jóvenes oficiales no pensaban en cambiar el sistema, sino tan sólo en sanear la situación. La diferencia, como es sabido, no es pequeña. Pero en las condiciones de Guatemala aquello fue revolución.

Tras unas elecciones celebradas por la junta de oficiales, fue designado presidente de la república un catedrático de universidad y exiliado político en tiempos de Ubico, Arévalo Bermejo. Las reformas del profesor Arévalo pueden parecer insignificantes, pero, en aquel país, cada una de ellas era un giro copernicano. Pedagogo por vocación y de profesión, autor del libro titulado La pedagogía de la personalidad, Arévalo, por ejemplo, empezó a construir escuelas. La parte liberal de la oligarquía consideró tamaña extravagancia como una de las chaladuras del profesor, pero los liberales eran minoría. La parte conservadora le declaró la guerra. A los ojos de la élite guatemalteca la construcción de escuelas no ha dejado de ser un delito hasta hoy. Nos acordamos de las palabras del ministro: Adonde iríamos a parar, señor mío…, etcétera.

Por iniciativa de Arévalo, en 1947 el Parlamento aprobó el Código de Trabajo, que subía el salario mínimo de cinco a ochenta centavos diarios. En Guatemala, el salario mínimo lo cobra el sesenta por ciento de todos los empleados. El sesenta por ciento de la gente, tras un mes de arduo trabajo, llevaba a casa un dólar. Ahora llevaría diecisiete. Seguía siendo un salario mísero, pues los precios en Guatemala son tan altos como en Estados Unidos. Pero la reacción local recibió el Código de Arévalo poco menos que como un Manifiesto comunista y lanzó un ataque en toda regla. Cuando, después de seis años de gobierno, el profesor traspasaba la presidencia a su sucesor, hizo público en su discurso de despedida que se había visto obligado a sortear treinta y dos intentonas golpistas promovidas por la United Fruit y la oligarquía local, las cuales se habían propuesto derrocar al gobierno por las armas. Más tarde, Arévalo publicaría varios libros en torno a la política de Washington en América Latina. Habiendo sido presidente, sabía mucho, y estos libros (entre otros Fábula del tiburón y las sardinas y Guatemala, la democracia y el imperio), escritos en un estilo vehemente, algo caótico, contienen cientos de estremecedoras pruebas de la brutalidad y el cinismo del colonialismo de los Estados Unidos. Siempre la misma inmundicia, la misma ruindad.

Mientras tanto en Washington —puesto que Europa ya estaba tranquila y el plan Marshall funcionaba eficazmente— alguien se dio cuenta de que en Guatemala había un gobierno democrático.

Una noticia de lo más desagradable.

Por desgracia, ninguna de las modestas reformas de Arévalo era apta para tildarla de agresión comunista. Gracias a ello Arévalo se salvó. Si hubiera dado un solo paso más, si, por ejemplo, hubiera obligado a la United Fruit a pagar unos cuantos dólares en impuestos, entonces sí que habría cometido una «agresión comunista». Una vez aplicada la fórmula, todo resulta sencillo: se pone en marcha el mecanismo de rechazo del enemigo y una intervención armada acaba con la evidente agresión.

Sin embargo, de momento se tomó la decisión de poner a Guatemala bajo observación. Mala señal. La historia enseña que cuando Washington se pone a observar a alguien, el sospechoso no podrá evitar la desgracia. Sabemos qué ocurrió cuando el embajador de Estados Unidos en Brasil, Lincoln Gordon, empezó a observar al presidente Goulart. Sabemos qué ocurrió cuando el presidente Johnson empezó a observar Santo Domingo.

Esta vez —corre el año 1951— Washington empieza a observar al coronel Jacobo Árbenz Guzmán. Árbenz es presidente de la república desde marzo. Tiene treinta y seis años y muchos buenos propósitos. De discurrir sencillo, hombre práctico más que teórico, Árbenz, sin embargo, es un Albert Einstein en comparación con los que lo han precedido y con los que lo sucederán.

El coronel Árbenz es una de las figuras trágicas de la vida política latinoamericana. Su tragedia consistió en pensar de manera rectilínea y decir verdades obvias. En América Latina, tal manera de pensar y de hablar es inconcebible.

Sin embargo, Jacobo Árbenz no dejó de pensar. Si la United Fruit, discurría, saca de Guatemala unos beneficios de sesenta y seis millones de dólares al año (1950) cuando el setenta y cinco por ciento de nuestra población anda descalza, que la United Fruit empiece de una vez a pagar impuestos y nosotros, con un millón de dólares anuales, en dos años proporcionaremos zapatos a todos los niños del campo. Otro ejemplo: si la United Fruit, discurría Árbenz, cultiva tan sólo el ocho por ciento de sus tierras y el resto lo deja como erial cuando un millón y medio de campesinos guatemaltecos no tiene tierra, que la United Fruit nos restituya parte de ese erial y nosotros lo distribuiremos entre los sin tierra.

El presidente compartió estas reflexiones con algunos hombres, y en la mesa del embajador de los Estados Unidos aparecieron varias denuncias. Poco después en el Departamento de Estado se empezó a hablar del asunto Árbenz, y a Guatemala se le congeló toda línea de crédito.

Los guatemaltecos recuerdan aquellos tres años de gobierno de Árbenz como la única época en que sentían que vivían con normalidad. Se podía hablar en voz alta. Se podían reivindicar derechos. Los campesinos podían organizarse en sindicatos. Se había hablado de un proyecto de viviendas asequibles. De derogar la obligatoriedad del trabajo forzado. A mediados de 1952 el gobierno de Árbenz promulgó el Decreto de Reforma Agraria. Era un documento comedido, moderado. Fijaba, como objetivo esencial, «desarrollar la economía capitalista campesina». Pero la ley contenía dos medidas que precipitaron la intervención armada de los Estados Unidos. A saber:

— abolía el sistema feudal imperante en el campo («Quedan abolidas todas las formas de servidumbre y esclavitud, y, por consiguiente, prohibidas las prestaciones personales gratuitas de los campesinos…»);

— otorgaba el derecho de expropiar las tierras en erial (pero sólo éstas, las baldías), «previa indemnización» además. Las plantaciones y las demás tierras cultivadas no estaban sujetas a expropiación.

La reforma no se había propuesto eliminar los latifundios productivos. Sólo pretendía introducir un poco de racionalidad y sentido común. Según datos del censo agrario de 1950, el setenta y uno y medio por ciento de las grandes fincas nunca se había cultivado y la United Fruit poseía un noventa y dos por ciento de tierras en erial permanente. Al mismo tiempo (datos del mismo año), el cincuenta y siete por ciento de los campesinos no poseía ni un puñado de tierra y los demás tenían tan poca que, como escribe Eduardo Galeano, «apenas si bastarían para enterrar el cuerpo del propietario». Las hambrunas diezmaban el campo guatemalteco: el sesenta y siete por ciento de la población moría antes de alcanzar la edad de veinte años.

Tal vez Washington hubiera tolerado todo aquello si la reforma hubiese afectado tan sólo a los magnates locales. Pero en 1953 Árbenz confiscó casi la mitad de las tierras baldías de la United Fruit: ochenta y tres mil hectáreas. Ahora, tierras que la compañía había recibido gratis, regaladas por el presidente Estrada, le reportaron un millón doscientos mil dólares en indemnizaciones. Pero ¿¡qué es para una United Fruit un millón doscientos mil dólares!?

Una suma ridícula.

De todos modos, el dinero era lo de menos. Lo escandaloso consistía en que Árbenz había intentado sentar un precedente intolerable: vulnerar el territorio de un monopolio estadounidense. En la mentalidad del Departamento de Estado, un terreno que pertenezca a una empresa privada norteamericana, aunque esté situado en los confines del planeta, constituye una prolongación del territorio de los Estados Unidos de América. Tocarlo equivale a atentar contra su sagrada integridad territorial. Quien desconozca esta mentalidad difícilmente entenderá cuántos obstáculos se acumulan ante el valiente que se atreva —en las fronteras de su propio país— a arrancarle a un monopolio estadounidense media hectárea de yermo arenal. ¡Se levanta un griterío clamando al cielo!

Al vulnerar las fronteras de la United Fruit (o sea, en opinión de los expertos de Washington, de los Estados Unidos) el coronel Árbenz dictó su propia condena. Por añadidura, cuando, por orden del coronel, los arados surcaban las franjas baldías del imperio bananero, del Departamento de Estado se hacía cargo el antiguo abogado y ahora socio de la United Fruit, John Foster Dulles. Dulles se lanzó al conflicto guatemalteco de cabeza. Junto con su hermano y jefe de la CIA, Allen Dulles, se puso manos a la obra. La cosa no presentaba dificultades porque a fechorías como expropiar una tierra perteneciente a un monopolio estadounidense bastaba con aplicarles la fórmula de «agresión comunista» y asunto resuelto. Ahora sólo quedaba poner en marcha el mecanismo de rechazo del enemigo.
Toda esta historia continúa con una guerra interna que comenzó en 1960 y duró la friolera de 36 años. Incluyó un genocidio perpetrado por el general rios montt y su ejército (¿por qué siempre el ejército?), en los años 1982 y 83. Parte de la historia se puede ver en esta noticia.




También hay un pequeño documental que cuenta la historia... me están dando ganas de salir a quemar una micro.




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