miércoles, 19 de junio de 2013

Conejos australianos

Pocos animales, vistos individualmente, son más simpáticos que los conejos. Bill Bryson, de viaje por Australia, cuenta en su libro "En las antípodas", cómo se convirtieron en plaga. Da más bien miedo.

"Aunque la Australia interior no ha sido nunca exactamente verde, gran parte de la tierra marginal experimentó períodos de relativa frondosidad, que a veces duraron años, o incluso décadas, y tenía una resistencia natural que le permitía rebrotar después de las sequías. Pero en 1859 un tal Thomas Austin, un terrateniente de Winchelsea, Victoria, un poco más al sur de donde estaba yo ahora, cometió un gran error. Importó veinticuatro conejos salvajes de Inglaterra y los soltó en el bush para poder cazar. No es precisamente una novedad que los conejos se reproducen a gran velocidad. En un par de años habían invadido la propiedad de Austin y se estaban propagando por los distritos vecinos. Cincuenta millones de años de aislamiento habían dejado a Australia sin un solo depredador o parásito capaz de reconocer a los conejos, y mucho menos zampárselos, así que proliferaron de forma asombrosa.
Su apetito era insaciable. En 1880, se habían comido 810.000 hectáreas de Victoria. Pronto empezaron a pasar a Australia meridional y a Nueva Gales del Sur, avanzando por el terreno a una velocidad de 120 km por año. Hasta que llegaron los conejos, gran parte del campo que cruzaba yo había estado salpicado de bosquecillos frondosos de una mata que comían los emúes, crecía a una altura de 20 cm y estaba casi todo el año en flor. Sin duda era una preciosidad y de sus hojas se alimentaban también los pequeños roedores. Pero los conejos cayeron sobre las matas como langostas, devorándolas —hojas, flores, corteza, tallos— hasta que no quedó nada. Los conejos se lo comieron todo, de modo que las ovejas y el resto del ganado se vieron obligados a extender su campo de acción y también su dieta, castigando aún más las estepas. Ante la disminución de producción de las ovejas, los granjeros lo compensaron perversamente aumentando la cantidad de ganado y contribuyendo a la devastación general.
El problema ya era lo bastante grave, pero en 1890, después de cuarenta años insólitamente verdes, Australia sufrió una traidora sequía que duró una década, la peor de la historia. La tierra se agrietó y se convirtió en polvo, la capa superficial del suelo —ya la más fina del mundo— desapareció, y nunca volvió a reproducirse. Durante aquella década, perecieron 35 millones de ovejas, más de la mitad de la población total; 16 millones en un desastroso año: 1902.
Mientras tanto, los conejos seguían saltando a sus anchas. Cuando la ciencia encontró finalmente una solución, había pasado casi un siglo desde que Thomas Austin soltara sus veinticuatro conejos. El arma empleada contra los conejos fue un milagroso virus de Sudamérica llamado mixomatosis. Inofensivo para los humanos y otros animales, era terriblemente devastador para los conejos, con un índice de mortalidad del 99,9 %. Casi enseguida el campo se llenó de conejos enfermos, que se arrastraban y se retorcían, y después de millones de pequeños cadáveres. Aunque sólo sobrevivió un conejo de cada mil, los que lo hicieron eran naturalmente resistentes a la mixomatosis, y transmitieron sus genes resistentes cuando empezaron a criar otra vez. Las cosas tardaron un tiempo en volver a ser como antes, pero hoy en día el número de conejos en Australia vuelve a ser de 300 millones y aumenta rápidamente.
En cualquier caso, el daño, irreversible, ya está hecho. Y todo para que un tonto pudiera disparar contra algo desde su porche."
Aquí un video del tema, en inglés.

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